Por qué América Latina es una zona libre de armas nucleares: una decisión forjada en la Guerra Fría


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Mientras que potencias de todos los continentes han desarrollado arsenales atómicos, América Latina permanece como una excepción global: no sólo carece de armas nucleares, sino que fue la primera región densamente poblada del mundo en declararse zona libre de ese tipo de armamento. Este hecho, que parece insólito en el contexto geopolítico global, responde a una combinación de factores históricos, diplomáticos, estratégicos y económicos que comenzaron a definirse hace más de seis décadas.

El punto de inflexión fue octubre de 1962. La instalación de misiles soviéticos en Cuba desató la crisis más tensa de la Guerra Fría, dejando al planeta al borde de un conflicto nuclear. Aquella experiencia, según especialistas, despertó a América Latina sobre los riesgos de la proliferación atómica y motivó una respuesta multilateral para evitar una repetición.

“Fue la primera vez que la región sintió tan de cerca los peligros de la confrontación nuclear”, explica Luis Rodríguez, investigador del Center for International Security and Cooperation (CISAC) de la Universidad de Stanford.

Aunque la idea de una América Latina desnuclearizada ya circulaba desde finales de los años 50, la crisis cubana aceleró su concreción. Brasil propuso entonces convertir a la región en una zona libre de armas nucleares, tanto como solución al conflicto como para equilibrar posiciones entre Washington y Moscú. Si bien la propuesta no prosperó de inmediato, sembró la semilla de un compromiso regional que cristalizó años después.

El esfuerzo diplomático derivó en el Tratado de Tlatelolco, firmado en febrero de 1967, que prohibió el desarrollo, adquisición, prueba y despliegue de armas nucleares en América Latina y el Caribe. Entró en vigor en 1969, convirtiéndose en un hito mundial.

México lideró el proceso, lo que le valió reconocimiento internacional, incluyendo el Premio Nobel de la Paz otorgado en 1982 a Alfonso García Robles, artífice del acuerdo. Sin embargo, no todos los países de la región lo adoptaron de inmediato.

Brasil y Argentina, los dos países latinoamericanos con mayores capacidades nucleares, mostraron reservas. Si bien apoyaron formalmente la redacción del tratado, buscaron preservar cierto margen de maniobra a través de la figura de las “explosiones nucleares pacíficas” (PNE), una figura legal entonces aceptada internacionalmente, con potencial uso dual.

Durante los años 70 y 80, ambos países desarrollaron programas nucleares fuera del alcance del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), lo que generó suspicacias. Aunque no hay evidencia concluyente de planes formales para fabricar armas, existieron voces dentro de sus gobiernos que promovían esa posibilidad.

El alto costo financiero, los riesgos diplomáticos y la presión internacional —especialmente de EE.UU.— fueron factores clave que terminaron por disuadirlos. La transición democrática en ambos países a mediados de los años 80 también favoreció un cambio de postura.

A comienzos de los años 90, tanto Brasil como Argentina renunciaron formalmente a las PNE, ratificaron plenamente el Tratado de Tlatelolco y se incorporaron al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Abandonaron también sus programas de desarrollo de misiles balísticos.

Los expertos coinciden en que, además de la historia, hubo otros elementos decisivos:

  • Ausencia de conflictos interestatales agudos: A diferencia de Asia o Medio Oriente, América Latina no ha tenido guerras entre grandes potencias regionales que incentiven una carrera armamentista.

  • Costos elevados: Desarrollar armamento nuclear requiere inversiones monumentales en infraestructura, conocimiento y materiales, lo cual resultaba inviable para economías latinoamericanas.

  • Compromisos internacionales: Los beneficios de acceder a cooperación tecnológica nuclear con fines pacíficos superaron las ventajas de mantener una ambigüedad estratégica.

  • Presión externa y oportunidad perdida: Acuerdos como el firmado entre Brasil y Alemania Occidental en 1975 fracasaron bajo presión de EE.UU. por no estar Brasil adherido al TNP, lo que evidenció las limitaciones de operar fuera del régimen internacional.

América Latina se consolidó como pionera en establecer un régimen regional de desarme nuclear, influenciando tratados similares en otras partes del mundo. El caso regional demuestra que el consenso diplomático, el liderazgo multilateral y una cultura de paz pueden imponerse incluso en contextos de rivalidad y potencial tecnológico.

En un mundo donde el riesgo nuclear no desaparece —con conflictos como los de Corea del Norte, Irán o Ucrania—, la experiencia latinoamericana representa un ejemplo concreto de contención, equilibrio estratégico y diplomacia efectiva. Una excepción que, a más de medio siglo, sigue vigente.

Fuente: BBC

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